CUANDO DEBEMOS ACUDIR AL PSICÓLOGO
Cuando:
Ø Sintamos
que la tristeza, la apatía y la falta de ilusión empiezan a agobiarnos y a
emitirnos el siempre equivocado mensaje de que nuestras vidas carecen de
sentido.
Ø El negro
o el gris tiñen frecuentemente nuestros pensamientos y nos vemos incapaces de
encontrar algo positivo en nuestras vivencias cotidianas.
Ø Todo a
nuestro alrededor lo percibimos amenazante y nos sentimos solos, incomprendidos
o desatendidos.
Ø Pensamos
que la desgracia se ha cebado en nosotros y comenzamos a asumir que todo nos
sale mal y que las cosas no van a cambiar.
Ø Estamos
atenazados por miedos que nos impiden salir a la calle, relacionarnos con otras
personas, permanecer en un sitio cerrado, hablar en público, viajar, etc.. Es
decir, cuando el temor o la inseguridad nos impiden desarrollar nuestras
habilidades y disfrutar de personas, animales y cosas que nos rodean.
Ø La
obsesión por padecer graves enfermedades o contagiarnos de ellas nos lleva a
conductas extrañas y repetitivas, de las que no podemos prescindir sin que su
ausencia nos genere ansiedad.
Ø Nos
sentimos "con los nervios rotos" y casi cualquier situación hace que
perdamos el control y sólo sepamos responder con agresividad o con un llanto
inconsolable.
Ø Nos damos
cuenta de que fumar, beber o consumir cualquier otra droga, apostar..., se ha
convertido en una adicción de la que no sabemos salir y que genera perjuicios
importantes en nuestra vida o en la que de quienes nos rodean.
Ø El estrés
empieza a mostrarse a través de sus síntomas psicosomáticos: insomnio,
problemas digestivos, cardiovasculares, sexuales.
Ø La
ansiedad es una constante diaria, que impide la estabilidad y serenidad
necesarias para mantener un pensamiento positivo, una conducta tranquila y el
goce de los pequeños placeres cotidianos.
Ø Los
silencios, los desplantes o los gritos sustituyen al diálogo, y los problemas
de comunicación enturbian nuestra relación con los demás.
Ø Las
dificultades sexuales afloran y vivimos la angustia que causan la impotencia,
la falta de deseo o de sensaciones eróticas y, sobre todo, la imposibilidad de
gozo y comunicación con la persona destinataria de nuestro amor.